Primero, ábrete a nuevas experiencias. Si buscas tener el control de todo al milímetro, se te escaparán cosas que se salen de tu objetivo inicial y que pueden ser muy positivas. Vivir de un modo más relajado no solo es bueno para la salud, sino también para la suerte.
Segundo, identifica tus corazonadas y préstales más atención. En nuestro sistema digestivo hay más de 100 millones de neuronas que nos dan pistas sobre lo que no vemos a priori de manera consciente y que nos aportan información muy relevante para tomar decisiones acertadas.
Tercero, confía en que lo que te puede ocurrir es positivo. Por supuesto, es una interpretación, pero ayuda. Sabemos que se vive mejor confiando en que estando siempre a la defensiva. Y parece que de este modo también se entrena la suerte.
Y cuarto, convierte las malas experiencias en positivas. Aprender de los errores con optimismo o imaginar que podría haber sido mucho peor nos alivia y nos hace relativizar los fallos.
Como vemos, la suerte es una percepción, depende de lo que hagamos y de cómo nos narramos lo que nos sucede. Por eso, se puede entrenar, como sugerían Fernando Trías de Bes y Alex Rovira en su libro La Buena Suerte, y como hicieron los participantes que asistieron a la Escuela de la Suerte que inauguró Wiseman en el Reino Unido. Escribieron un libro sobre todo lo bueno que les estaba ocurriendo y, pasado un tiempo, se sintieron mucho más afortunados. Así pues, como es una cuestión de actitud, ¿qué estás dispuesto a hacer hoy para mejorar tu suerte?