¿Por qué nos volvemos “adictos” al refresco?

El dulce, burbujeante y encantador refresco es una bebida que una vez que la probamos, difícilmente podemos parar de tomarla. Y en tiempos de calor se antoja, aunque no necesariamente es la mejor opción para combatir la sed, como podría ser el té, el agua natural e incluso el agua mineral.

Sin embargo, un vaso bien frío de esta bebida en tiempos de calor generalmente viene seguido de otro y a veces otro más; o una botellita bien fría mundo para acompañar unos taquitos suena a una pareja inseparable.

Pero, si no quita la sed (aunque es es el lema de uno de sabor toronja), y tampoco, ¿por qué nos gusta tanto?

La clave de la adicción a los refrescos

Aunque no hidrata ni quita la sed, se siente rico tomar refresco. En realidad, buena parte del gusto de beberlo radica en uno de sus ingredientes principales: el azúcar. De acuerdo con la Facultad de Medicina de la UNAM, una lata de 355 mililitros (la más común, equivalente a algo así como vaso y medio) contiene al menos 10 cucharadas de azúcar (unos 50 gramos… y sí, la cucharada se estima como 5 gramos).

Esto es algo así como si a una taza de café le echaras unas 7 u 8 cucharadas de azúcar. Es decir, es muchísima.

“Ingerir tanta azúcar dispara nuestros niveles de dopamina y el núcleo accumbens, una región del cerebro vinculada al placer y la recompensa, lo que nos hace sentir bien”, detalla la Facultad de Medicina en una infografía.”

Sin embargo, este disparo de felicidad se disipa relativamente rápido, lo que hace que para repetir la experiencia, busquemos otra dosis de “alegría” en lata, botella o como prefieras.

Pero esto no es para nada saludable, pues el consumo excesivo de azúcares está asociado con problemas de salud como sobrepeso, obesidad y diabetes.

Fuente: Radiofórmula

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